El cumpleaños de Dina Boluarte: Luces en Palacio, sombras en el Perú

Es de noche en Lima. En el corazón de la capital, el Palacio de Gobierno resplandece como una joya bien pulida. Afuera, el pueblo camina con los pies cubiertos de polvo, y adentro, los tacones brillan sobre mármol. Es el cumpleaños de la presidenta Dina Boluarte, y el ambiente es de celebración. Risas, copas levantadas, vestidos caros; como si todo estuviera bien ….. pero no lo está.

Mientras la mandataria apaga las velas de su pastel, en las carreteras de Huancavelica mueren tres personas en un accidente por falta de mantenimiento. Mientras los invitados brindan por su “liderazgo”, en las alturas de Puno hay niños durmiendo entre escombros. Mientras Boluarte se pone su mejor vestido, en los hospitales de Piura no hay ni gasas.

¿Se puede gobernar un país mirando al espejo?

Meses atrás el escándalo estalló: relojes Rolex, bolsos de diseñador, joyas de lujo. Todos los caminos llevaban al clóset presidencial. El pueblo, entre curioso e indignado, preguntó: ¿con qué se compró todo eso? El salario de Presidenta no alcanza, decían los expertos. Y el pueblo, que apenas llega a fin de mes, no pudo evitar la rabia.

Y entonces llegó el desfile de excusas: “me lo prestaron”, “no tengo nada que ocultar”, “es un ataque político”. Pero mientras hablaba, las cifras respondían más fuerte: más del 70% del país sumido en la pobreza o al borde de ella. La inflación sigue dejando vacíos los bolsillos, y la esperanza parece haberse exiliado.

Dina viaja. A Roma, al Vaticano, a cumbres y foros donde sonríe frente a cámaras. ¿Y aquí? Aquí siguen cayendo los puentes, los cerros, la fe. Perú arde en conflictos, en huelgas, en desconfianza. Las regiones olvidadas se sienten cada vez más lejos de Lima y Lima, más cerca del lujo que de la verdad.

¿Cómo puede una presidenta celebrar mientras el país se desangra?

Las encuestas no mienten, su aprobación cae en picada. En el Perú profundo ya no se le nombra con respeto sino con resignación. Su imagen en la televisión es un recordatorio de lo que se ha roto: el vínculo entre el poder y el pueblo.

¿Cómo se llama un gobierno que olvida a sus muertos mientras baila con sus vivos?

Porque mientras la Presidenta vive en luces, el país sobrevive en sombras.
Y el Perú no necesita más relojes.

Necesita que alguien, de una vez por todas, mire la hora y se dé cuenta de que ya es tarde.